Por la vida! Experiencia narrada por Lucina Plenaris
Cuando llegamos a la Avenida nos indicaron que debíamos escoger el lugar donde moriríamos. Siempre he escuchado que cada quien tiene el día y la hora de su muerte. Pues bien, escogimos nuestros lugares, y nos acostamos en el asfalto, muertas.
Una persona se acercó y marcó nuestras siluetas con tiza, y quedó sellado el lugar con nuestra huella, que aunque la lluvia y el paso de los carros y la gente la borre, quedará en la interioridad de la tierra y de la piel de los más cercanos. Mi corazón absorbía las imágenes y las sensaciones llenaron mi piel.
Sentí cómo, con cuidado y una cierta ternura, la persona fue dibujando mi silueta con la tiza, y al terminar, me indicó que la identificara con mi nombre. Me incorporé y fui develando mi nombre blanco en el asfalto y me vi impresa en la Avenida. Pude ponerme de pie y observarme desde la distancia.
Se nos indicó que debíamos permanecer en la zona por aproximadamente una hora hasta que llamaran para la “acostada final”. Estuve sentada en una acera cercana por largo rato, y aproximadamente una hora después llamaron para la acostada. Busqué mi silueta entre tantas otras y cuando me reconocí me acosté llenando mi nombre, en silencio, casi sin respirar, mimetizada entre el asfalto y los demás, y en un instante pude escuchar el tiro que me dio el primer respiro de muerte. Descubrí que no morí al primer disparo, y fui sintiendo el miedo colectivo en borbotones repentinos de risa y conversación, seguidos por una aceptación del destino, en absoluto silencio con la música de la muerte en el fondo.
Una vez muertos, y solo entonces, se nos indicó que podíamos levantarnos y volver a la vida. Habíamos resucitado. Entonces se lanzaron bombas blancas y hubo un concierto en celebración. ¡Por la vida!
Lucina Plenaris 24 de abril, 2006
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Una persona se acercó y marcó nuestras siluetas con tiza, y quedó sellado el lugar con nuestra huella, que aunque la lluvia y el paso de los carros y la gente la borre, quedará en la interioridad de la tierra y de la piel de los más cercanos. Mi corazón absorbía las imágenes y las sensaciones llenaron mi piel.
Sentí cómo, con cuidado y una cierta ternura, la persona fue dibujando mi silueta con la tiza, y al terminar, me indicó que la identificara con mi nombre. Me incorporé y fui develando mi nombre blanco en el asfalto y me vi impresa en la Avenida. Pude ponerme de pie y observarme desde la distancia.
Se nos indicó que debíamos permanecer en la zona por aproximadamente una hora hasta que llamaran para la “acostada final”. Estuve sentada en una acera cercana por largo rato, y aproximadamente una hora después llamaron para la acostada. Busqué mi silueta entre tantas otras y cuando me reconocí me acosté llenando mi nombre, en silencio, casi sin respirar, mimetizada entre el asfalto y los demás, y en un instante pude escuchar el tiro que me dio el primer respiro de muerte. Descubrí que no morí al primer disparo, y fui sintiendo el miedo colectivo en borbotones repentinos de risa y conversación, seguidos por una aceptación del destino, en absoluto silencio con la música de la muerte en el fondo.
Una vez muertos, y solo entonces, se nos indicó que podíamos levantarnos y volver a la vida. Habíamos resucitado. Entonces se lanzaron bombas blancas y hubo un concierto en celebración. ¡Por la vida!
Lucina Plenaris 24 de abril, 2006
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